lunes, 22 de abril de 2013

"Leviatán VI informando" (5)


Capítulo quinto: exilio espacial.

   Por primera vez Bart iba a dejar atrás la que había sido su casa y compañera durante el viaje. Sintió frío cuando se encontraba a punto de abandonar el contacto con la Leviatán VI. El traje espacial, modelo Alcast FL02, estaba conectado directamente con su cerebro y captaba y descifraba los impulsos eléctricos que le llegaban de modo que era capaz autorregular la temperatura en su interior y así lo hizo.
  
  Entre él y la nave inerte sólo había miedo. Entonces Bart sintió el arrojo propio de los héroes, de aquellos que son capaces de cambiar el rumbo de la humanidad entera. Pero no estaba solo. Su compañera, que velaría siempre por su seguridad, le acompñaba en forma de AER, el robot antropomórfico. Sincronizados, como si la misma esencia de AER estuviese conectada con Bart, se lanzaron hacia la enorme grieta de la Leviatán V que estaba a tan sólo unos metros de distancia.

  Pleno contacto con el vacío. "Qué paradoja" pensó Bart. El mínimo fallo significaría la muerte instantánea.  Pero en realidad eso no quería decir nada: Bart ya era un cadáver por lo que a la Tierra respectaba. Estaba descubriendo algo que la Tierra no quería que se supiese y aquello le había costado el exilio. Era un renegado y tan sólo quedaba descubrir la verdad. 

  Al fin contactó con el exterior de la Leviatán V. La grieta era enorme: unos treinta y cinco metros calculó Bart.

  -Treinta y seis coma setenta y cuatro metros de grieta, Bart -resolvió AER, que efectivamente parecía leerle el pensamiento a su compañero humano-. Habremos de tener cuidado con el filo de la grieta.

  Acto seguido AER encendió los potentes focos situados encima de  sus hombros. Alumbró directamente al inexplorado interior de la nave inerte. La visión fue asombrosa, más para Bart que para AER. El enorme tajo espacial había afectado también al interior de la nave y montones de cables y tuberías se dejaban ver entre las sombras de las entrañas de la Leviatán V.

  Tras una mirada cautelosa desde el exterior Bart cruzó la grieta y tomó contacto con lo desconocido. Silencio absoluto. El traje volvió a regular la temperatura. Una vez dentro descubrieron un panorama desolador. La esencia de la Leviatán V había muerto de una manera fulminante. El único rastro que denotaba una anterior actividad eran las tenues luces de emergencia que guiaban a través de los pasillos. Siguiendo este rastro fantasmagórico Bart y AER llegaron por fín a la cabina de tripulación. Manchas de sangre resecas y un cadáver humano consumido por el paso del tiempo componían la escena que allí tenía lugar. Aquello debió ocurrir hacía bastante tiempo. 

  -Bart, estoy contigo. Sabes que yo nunca te haría nada malo -pronunció AER provocando en Bart un tremendo escalofrío en la espalda del humano.

  Acto seguido Bart comenzó a percibir un intensísimo sonido que disminuía rápidamente en frecuencia. Era insoportable.

  -AER, ¿qué está ocurriendo? -preguntó casi gritando y con las manos en los oídos debido al dolor que provocaba la fuerza de la onda sonora.

  -Bart, me temo... ata de o... udida elect.. ica -consiguió entender Bart, debido a que la voz de AER se entrecortaba apareciendo y desapareciendo con un acento cada vez más distorsionado y metálico.

  Al cabo de un minuto el estruendo era tan fuerte y grave que toda la nave retumbaba a intervalos que cada vez se separaban más entre sí. Bart ni siquiera podía pensar. Notaba como sus órganos se movían y chocaban en su interior. Al fin una última sacudida que duró casi tres segundos dejó paso al silencio absoluto.

  Una nueva grieta reventó ambas naves. Pero Bart no sufrió el mismo destino que su compañero de la Leviatán V.

  Despertó flotando verticalmente. Delante de él se situaba el imponente horizonte. Turquesa arriba. Negro como el más oscuro pozo abajo. Una especie de éxtasis retenía su cerebro pero su cuerpo vibraba intensamente. Infinitos conocimientos llenaron su cerebro. Lo comprendó al instante: el planeta desconocido se comunicaba con él. No eran órdenes ni tampoco consejos. Era lo que había que hacer. Constituir su propio planeta en los extremos de la galaxia. Era la evolución de hombre a planeta. Miles de nuevas razas se sustentarían en su nutrida superficie.  Aquello sí que era medrar. Pero antes de convertirse debía llevar a cabo una última acción: la venganza contra la Tierra. Al fin y al cabo era humano.

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