lunes, 20 de mayo de 2013

"Cazador de alientos" (3)


Capítulo tercero: la subciudad.

  De nuevo entre la sombras, aunque esta vez en la subciudad, Orphïo caminaba ahora con aire tranquilo. Iba a completar el encargo por el que no cobraría ni un sólo dólar. La recompensa sería otra, y de hecho así lo esperaba. 

  Las calles, si es que se podían llamar así, de la subciudad eran asquerosas en comparación con las de la ciudad de la superficie. Humedad, oscuridad y pobreza eran constantes ahí abajo. El humo se elevaba continuamente desde las rendijas de ventilación. Las gotas, que se acumulaban debido a la condensación, no dejaban de caer provocando ese sonido leve pero enloquecedor. Los gritos de los desquiciados sumidos en su locura se habían vuelto de lo más frecuente.

  Lo cierto es que tras haber aprobado la construcción de ciudades subterráneas bajo las tres capitales más poderosas y superpobladas del mundo (Nueva York, Tokio y Estocolmo) no habían sido sus líderes precisamente los que se habían alojado en los "paraísos subterráneos", como fueron llamados en un principio. De hecho se trasladó allí abajo a todo aquello que se consideraba que dañaba la imagen y el poderío de las capitales. 

  La subciudad era en realidad muy parecida en estructura a cualquier ciudad de medio desarrollo de la época. Altos edificios, callejuelas estrechas, puestos de comida rápida, etc. Sin embargo la falta de luz solar, que impedía el crecimiento de vegetación,  dotaba a las calles subterráneas de un tono siniestro y artificial. Algunos la llamaban "la ciudad siempre nocturna".

  Desde luego la vida en la subciudad de Nueva York no era nada fácil. Contrabando, robos, violaciones, secuestros, asesinatos, etc. Continuamente se sucedían los cabecillas y gángsteres de las diferentes bandas rivales. Continuamente estallaban pequeñas guerras por el control de los diferentes territorios. Masacres por controlar un trozito más de la podrida ciudad.

  Nada que ver con la pomposa vida de la superficie. Pocos habitantes de la subciudad habían tenido la oportunidad de echar un vistazo allá arriba. Orphïo, en cambio, había subido más de una vez debido a sus encargos. Todo era lujo y excentricidad en la superficie. Hombres de negocios, dirigentes y líderes, sus esposas... en su mayoría multimillonarios. El diseño de máquinas autómatas que fuesen capaces de llevar a cabo empleos del sector servicios había sido determinante a la hora de dividir la ciudad en dos: por encima la relumbrante punta del iceberg y por debajo los oscuros abismos.

  Obviamente los de arriba no querían saber nada de los de abajo. Vivían muy tranquilamente sobre una ciudad podrida y cuanto menos olor les llegase mejor. No obstante, para hacer notar el dominio de la superficie sobre la subciudad, de vez en cuando mandaban destacamentos de "paz" a poner orden allá abajo. Los resultados eran desastrosos cada vez que esto ocurría. Era el único momento en el que las mafias locales aunaban sus fuerzas.

  No obstante Orphïo procuraba mantenerse al margen en todo tipo de reyertas. El objetivo que perseguía era mucho más sagrado que descargar un poco de odio contra congéneres.

  De pronto nuestro protagonista advirtió al pasar cerca de la planta generadora de oxígeno que estaba siendo acechado desde la altura. Un Botcam le seguía a gran altura. Se trataba de un pequeño artefacto volador equipado con una cámara de videocigilancia. No parecía peligroso así que dejó de prestarle atención mientras callejeaba dirigiéndose hacia el centro de la ciudad. Allí estaba su destino. Un letrero rojo parpadeante lo indicaba: "El infierno".

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